Fue el suplente eterno de Jose Luis Chilavert en el Vélez campeón del mundo y luego pasó a Boca, donde compartió plantel con Diego Maradona y fue muy criticado. Después del retiro empezó a practicar la cultura rastafari y hoy atiende en un consultorio de Haedo. Asegura que su objetivo es ayudar a otras personas y en el camino se cruzó con una paciente que lo marcó para siempre.

Si hay algo que queda claro cuando uno conoce a Sandro Guzmán es que es un tipo sencillo, con mucho vuelo intelectual y al que no le gusta estar siempre en el mismo lugar. Cuando habla tiene un tono cálido y amable que permite generar una confianza casi instantánea. Parece mentira que haya sido protagonista de los grandes flashes del mundo del fútbol durante la época de los 90, en donde se lo recuerda por ser el suplente eterno de José Luis Chilavert en Vélez y el arquero titular de un Boca que tenía como máxima figura a Diego Maradona.

Hoy, a los 53 años tiene un recuerdo lejano del fútbol y cuenta que casi no ve partidos. Tampoco participa de las invitaciones que le hacen para algún que otro picado. “Me llaman para jugar al fútbol, pero la verdad es que no voy. Me aburrió”, dice contundente.

Después de pasar por varias etapas de su vida en las que fue kiosquero, cantante de una banda de reggae y DJ, desde hace 10 años Sandro Guzman se dedica a la osteopatía. Dice que lo hace porque siente que así puede ayudar a la gente, algo que lo motiva desde que era chico.

“Desde chico siempre tuve un costado muy sensible con algunas cosas y creo que este es un lugar para ayudar. Acá vienen personas con problemas de columna, de rodilla, pero también viene gente con ciertos problemas emocionales y espirituales en los que también tratamos de ayudar. Muchas veces dejamos la osteopatía de lado para ser psicólogos”, le cuenta a TN.

Después de estudiar durante algunos años, Guzmán encontró en la osteopatía un lugar en donde sentirse seguro. Atiende en un pequeño consultorio a pocas cuadras de la estación de Haedo al que llega en bicicleta. “Hoy traje esta porque estaba lloviendo, sino vengo con la Mountain Bike”, aclara, mientras señala una de paseo.

Cuando se le pregunta acerca de su pasado como jugador, lo recuerda con un gran cariño. Fue feliz durante esa etapa, aunque hoy no mantiene relación con ninguno de sus excompañeros. Justamente el fútbol fue lo que lo inició en este camino de la osteopatía, ya que siempre se sintió atraído por el trabajo de los médicos y los masajistas.

“Después de jugar al fútbol tuve un kiosco durante 8 años en donde me fue muy bien, pero no me terminaba de llenar. Recordando mi etapa como futbolista reconocí que me gustaba la kinesiología y toda esa parte de recuperación del jugador, así que consideré que podía se útil en esta profesión”, sostiene.

 

¿Cómo recordás tu etapa como futbolista?

Siempre pienso que el fútbol me dio un montón de cosas. Tuve la suerte de estar en grandes clubes como lo fue Vélez, Boca, un montón de experiencias. Haber participado de ese plantel tan glorioso como el de Vélez campeón del mundo, detrás de un gran arquero como José Luis Chilavert fue algo impresionante. Pero bueno, el tiempo pasó y digamos que como deporte me dejó de gustar.

Qué fuerte…

En realidad me dejaron de gustar un poco los deportes grupales, de hecho hoy sigo entrenando y hago Artes Marciales Mixtas. No sé si el fútbol me quemó, no sé si es la palabra correcta, pero cuando se terminó decidí dar vuelta la página y enfocar la vida en otro lado.

Entonces el retiro no te costó…

No, no me costó para nada. Siempre tuve una forma de ser de que cuando corto con algo, me enfoco en otra cosa y le pongo todas mis energías a lo que viene. Generalmente los jugadores se retiran de jóvenes, entonces queda mucha vida por delante y hay que seguir haciendo cosas para seguir alimentando un poco lo que es nuestro espíritu, nuestra alma y estar activos.

Y ahí empezaste también a practicar la cultura rastafari… ¿Cómo llegas a eso?

Yo siempre digo que la cultura rasta a mí me cambió la vida. Me sacó un poquito de lo que nosotros consideramos el sistema de Babilonia, que es el sistema corrupto que existe en el mundo. Ser rasta es una forma de vivir siguiendo preceptos como en el tema alimenticio: no comemos animales, ni cosas manipuladas por el sistema, como los agrotóxicos. Comemos lo más natural que se pueda. Yo siempre digo que uno tiene que tener un rumbo enfocado en lo que hace bien. Puede ser rasta, puede ser Hare Krishna, o lo que sea. Lo importante es hacer algo bueno, aportarle algo bueno al mundo y dejar de hacer daño.

¿Creés que la cultura rasta también te empezó a alejar un poco del mundo del fútbol, que es quizás algo más frívolo?

Cuando estás en la burbuja del fútbol es difícil ver la realidad. Por ejemplo, yo cuando tenía el kiosco aprendí un montón de cosas de la realidad de la gente, que quizás sumergido en la vida de un profesional es difícil de entender. Había personas que venían a pedirte porque no tenían para comer, otras que estaban en una situación complicada y yo aprovechaba para darles ánimo. Qué sé yo, uno da y después Dios te devuelve más.

Sandro Guzmán y la paciente que lo marcó: el día que le contaron sobre un abuso sexual

En sus diez años como osteópata, Sandro Guzmán atendió a cientos de pacientes con diferentes problemas físicos y también emocionales. Pero fue una paciente la que le quitó la respiración en medio de una sesión. Casi sin querer, ella le contó que había sido abusada por su abuelo y que no podía superar esa situación.

“Un día vino una chica a atenderse por un problema de columna. Después de hacerle las preguntas de rigor sobre si padecía alguna enfermedad o si tomaba una medicación, le pido que se acueste en la camilla y le desabrocho el corpiño para trabajar en su columna. Inmediatamente la paciente se pone a llorar, me disculpo por si hice algo mal y finalmente me cuanta que cuando era chica había sido abusada por su abuelo”.

Imagino tu incomodidad y tu sorpresa…

La verdad es que fue una situación muy complicada. Me tuve que sentar un rato en una silla que tenía ahí cerca y me costó entender la situación. Me desbordó y nos pusimos a llorar juntos. En ese momento le dije que se quedara tranquila que yo la iba a ayudar y me comentó que estaba bajo tratamiento psicológico, pero que le estaba costando mucho superar la situación.

Y cómo siguió

Hablamos bastante y le pedí que se relaje, que se tranquilizara. Muchas veces uno, además de trabajar con el cuerpo, muchas veces trabajamos con la cabeza. Somos una especie de psicólogos.

¿Volvió a ir al consultorio?

Si, volvió varias veces porque en una sesión no se puede terminar de trabajar. Afortunadamente mejoró.

Esa experiencia te marcó

Esa es una de las tantas cosas que pueden pasar en mi profesión y recuerdo que fue la que más me dejó marcado. Ese momento me enseñó a ser más cuidadoso a la hora de estar con los pacientes y a contarles cada paso que voy a dar. Cuento esto porque hay muchas personas que son víctimas de la gente mala que existe en el mundo. Nosotros estamos acá para para ayudar. Somos personas de bien.

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