París suele ser una fiesta. Sobre todo, para el tenis argentino, que convirtió el polvo de ladrillo de Roland Garros en una extensión bien suya. La superficie, el clima, la ciudad, Guillermo Vilas, el Gato Gaudio, el Mago Coria (la magia de tres compatriotas entre los semifinalistas de 2004), Gaby Sabatini, Delpo y tantas historias conmovedoras. Es imposible replicar, en estas líneas, tantas firmas de glorias de las raquetas. Mejor resumirlo así: Roland Garros siempre fue… típicamente argentino.
Así lo sienten, de generación en generación. Hoy hay 11 representantes nacionales: ocho varones y tres mujeres. Y cada uno tiene su historia. Algunas son sorprendentes. En el magnético Bois de Boulogne, en el que el croque-monsieur es el manjar más consumido, corren, juegan, se presentan los argentinos que se convirtieron en otra atracción de la competencia. Detrás de Rafael Nadal y sus problemas físicos rumbo al ocaso (debut imposible contra Alexander Zverev), detrás de Novak Djokovic y sus problemas deportivos rumbo a un mundo desconocido, hay otras perspectivas. La imagen que regala la organización lo certifica: 11 sonrisas dispuestas al zarpazo.
Federico Coria, Pedro Cachin, Andrés Molteni, Lourdes Carle, Thiago Tirante, Mariano Navone, Sebastián Báez, Julia Riera, Román Burruchaga y Francisco Cerúndolo, la nueva legión de Argentinos en París; faltan Nadia Podoroska (llegó después) y Tomás Etcheverry, a punto de jugar la final en Lyon.