En los mapas aparece como Billinghurst, partido de San Martín, pero nadie lo llama así, por lo menos a este fragmento de 20 cuadras a la redonda que los vecinos conocen como Villa Bonich, un barrio de gente trabajadora del Gran Buenos Aires que desde el 18 de diciembre de 2022, cuando la Selección argentina conquistó Qatar, se mueve a un ritmo distinto.
En esas mismas calles Enzo Fernández les explicó a todos, cuando apenas era un niño, que su destino ya estaba escrito desde temprano. Fue a los ocho años cuando Raúl y Marta, sus padres, entendieron que había algo especial, un apego al crecimiento, una disciplina, un aura, un aspecto inexplicable, que no tenían los otros chicos de su edad.
“Me acuerdo bien, estábamos sentados acá mismo -señala a la mesa de su casa- cuando Enzo vino y me dijo que iba a llegar a Primera”. Raúl desmenuza con precisión quirúrgica ese momento como si algo se hubiera revelado frente a sus ojos aquella noche, y que nunca olvida. “Era tan chico, un nene, pero con ocho años tenía las cosas tan claras”.
Lo que a los ocho años parecía tomar forma como una suerte de mensaje divino, había empezado a gestarse cuando Enzo apenas tenía tres. Los pantalones cortos parecían quedarle largos y las camisetas le iban enormes cuando jugaba los torneos de verano del barrio contra chicos de cinco.
“Tenías que verlo, te juro, aunque jugaba en torneos contra chicos más grandes no se notaba la diferencia, era increíble”. Cuando a esa edad los más pequeños suelen correr sin rumbo, todos detrás de la pelota, Enzo tenía una brújula en su cabeza que le permitía ordenarse. Un radar. El gen de futbolista profesional ya estaba instalado como un sistema operativo cuando recién daba sus primeros pasos en la vida.
“El primer partido de Enzo fue cómico. Mirá, te cuento”, dice, los brazos cruzados, mientras Marta lo observa desde un costado. “El pantaloncito le llegaba a los tobillos, la remera había que doblarla para que pudiera correr porque si no la pisaba… no te imaginás lo que era eso. Pero hubo algo que a mí me sorprendió desde el primer día: sabía dónde defender y dónde atacar”. Entendía lo que hacía.
A Raúl Fernández le brillan los ojos cuando recuerda lo que recuerda. Apoya los codos sobre la mesa del living de su casa, una casa de barrio, y mira para arriba, como si buscara inspiración para contar lo que piensa. “Me emociona -detalla- acordarme de todo el camino, de lo que vivimos, porque él siempre estuvo tan decidido y nosotros, entonces, lo acompañamos”.
No hay forma de no darse cuenta. Enzo Fernández siempre supo que iba a llegar. Tal vez no imaginó tanto en tan poco tiempo -tiene apenas 22 años, es campeón del mundo, la venta más cara de la historia argentina-, pero sabía que el camino estaba marcado.
El 7 de octubre de 2015 tenía 14 años cuando decidió dejar un mensaje en su cuenta de Facebook. “Estoy super mal porque mis viejos me dan todo y yo intento todo para darles lo mejor, pero nada me sale, tampoco tengo suerte. Yo sé que un día va a llegar. Gracias a mis viejos por acompañarme siempre. Jamás me voy a rendir por todo el sacrificio que hacen e hicieron por mí, los amo papá y mamá”, escribía. Meses más tarde volvía a mostrar su fuego interior: “Quiero ser alguien en la vida”.
El posteo de Enzo Fernández, cuando apenas tenía 14 años (Foto: Facebook Enzo Fernández).
Seis años después levantaba la copa del mundo, era elegido el mejor jugador joven y era vendido del Benfica al Chelsea en 121 millones de euros. Su camino es impresionante: River, Defensa y Justicia, Benfica, Chelsea y Selección.
“Uno se siente orgulloso de saber cómo lo quieren. Ver a tu hijo así es algo hermoso. Como papá, uno siempre sueña, pero no creíamos que en tan poco tiempo iba a lograr lo que logró”.
Enzo Fernández, cuando jugaba en las inferiores de River (Foto: Familia Fernández)
El dinero nunca sobró y las exigencias de una familia numerosa (cinco hijos varones: tres de River, dos de Boca) implicaban un esfuerzo sobrehumano. Enzo es el más chico. “Pasamos momentos muy duros, donde no había dinero”, revela Raúl.
Marta limpiaba casas y llevaba a Enzo a todos lados. Se tomaba el colectivo 28. “Yo siempre digo que esa familia hizo un gran sacrificio y siguen viviendo en el mismo lugar de toda la vida”, le contaba a TN Pablo Esquivel, uno de los captadores más reconocidos del fútbol argentino que trabaja para River. Él fue uno de los que detectó a Fernández.
El nacimiento de Enzo, sin embargo, coincidió con una etapa de estabilidad en la familia. Raúl se había quedado sin trabajo en el 2000 y un año después, justo cuando Enzo nacía, entraba en la fábrica de insumos de tinta en la que hoy, con 62, todavía trabaja.
“Se pensaban que no iba a volver a trabajar”
Raúl nunca dejó de ir a su empleo. Es el padre del futbolista más caro de la historia argentina, pero todas las mañanas se levanta para ir a la fábrica. “En la fábrica me felicitaban después del Mundial, se pensaban que no iba a volver más a trabajar (se ríe). Tengo que seguir cumpliendo, sigo con mi trabajo hasta que me jubile, no me queda mucho, así que por el momento sigo”, reconoce.
El dinero no cambió la rutina de la familia Fernández. En Londres viven Enzo junto a su esposa y su hija, pero en Villa Bonich todo se mantiene casi de la misma manera. Siguen, incluso, en la misma casa de siempre.
Tres generaciones conviven en un terreno. Un portón que no funciona. Una camioneta importada que sobresale. “Viven ahí, es una familia muy agradable y humilde”, cuenta un vecino. “Buena gente”, agrega. La familia de Enzo es muy querida en el barrio.
“La gente imagina que porque Enzo es el jugador top, el más caro, nosotros vamos a dejar todo. Te digo más: no sabemos ni nos interesa lo que él gana de sueldo. Yo lo quiero como hijo. Si algún día nos ayuda, nos ayudará. Sabemos que lo va a hacer. En esta casa hace 38 años que vivimos con mi señora. Me siento más seguro acá que en un country o que en un barrio privado. No me quiero ir”, dice, convencido, Raúl.
De todas las camisetas encuadradas que están colgadas en las paredes hay una que brilla por sobre todas: la número 24 que vistió en la batalla de Lusail ante Francia, la final más impresionante de la historia de los Mundiales. Luce imponente, como un uniforme de guerra.
El Mundial de Qatar y el sueño que pasó a la eternidad
“Ir al Mundial fue algo increíble. Es como que un día me acosté a dormir, empezó un sueño y al mes me desperté acá con mi hijo campeón del mundo”. Raúl y Marta -que prefiere no dar notas- vuelven a vivir ese momento como si estuviera ocurriendo ahora, en Villa Bonich, una tarde de otoño de 2023.
Hay una imagen que está grabada a fuego. “Cuando terminó la final lloramos. Pero hay algo que a mí me emociona todo el tiempo”. Enzo, con el partido recién terminado, se acercó a la madre y le dijo algo. Ahí festejó con todos: padres, hermanos, su pareja Valentina Cervantes y la pequeña Olivia, su hija.
Marta y Raúl Fernández, junto a su hijo, cuando jugaba en las inferiores de River (Foto: Familia Fernández).
Raúl todavía no reveló qué le dijo Enzo a Marta, pero en sus ojos ya hay lágrimas. El jugador más caro de la historia argentina, en medio de los festejos del 18 de diciembre de 2022, abrazó a su madre y le dijo al oído: “Mamá, disfrutalo porque esto también es de ustedes”.
Raúl termina de contar la historia y en efecto, llora. “Esa frase que le dijo a su mamá me quedó acá, en el corazón. Yo trato de no llorar, pero hay cosas que te superan”.
Valentina Cervantes, la novia de Enzo Fernández y madre de Olivia, la hija que tuvieron en 2020 (Foto: IG enzojfernandez).
“Que siempre piense de dónde salió, que somos de Villa Bonich”
La vida de Enzo Fernández en Villa Bonich estaba circunscripta a pocas cuadras. El jardín, la Primaria, el club La Recova, sus amigos. Le decían “El Músico”, por su capacidad para marcar el ritmo del juego, como si se trata de un director de orquesta.
“Todos los días se iba de casa a las 7.30 de la mañana para ir al colegio, que está acá cerca, a dos cuadras. Al mediodía volvía rápido, me acuerdo, no me lo olvido, porque a las dos de la tarde tenía que entrenar en River. El esfuerzo que hizo para llegar fue muy grande”, rememora Raúl.
Hasta que aparta la mirada, como si lograra ver a Enzo con 10, 11, 12 años volviendo al trote, para dejar la mochila, comer y salir de inmediato para el predio del Millonario.
Y es entonces que Raúl vuelve a emocionarse y le habla con el corazón a su hijo, como si estuviera ahí, sentado en el living. “Le pido que no pierda la humildad, que siempre piense de dónde salió. Que el jugador un día se termina. Que siga siendo el mismo chico. Ese chico que salió de Villa Bonich al mundo”.
Fuente TN
Entrevista y texto: Jonathan Wiktor
Fotos y realización: Juan Pablo Chaves / Gastón Álvarez