El futbolista argentino volvió a la canchas luego de cinco meses a mediados del año pasado, tras una cirugía coronaria; sus sensaciones previas, cómo vivió el proceso y el cambio que provocó en su vida.

 

Los estudios del corazón salieron mal: “No podés jugar más al fútbol”. Desde que Luciano Aued escuchó esa frase de la boca de los médicos de la Universidad Católica de Chile hasta que volvió a pisar una cancha de fútbol pasaron cinco meses. Un stent que amplió la capacidad de su arteria, un tratamiento con anticoagulantes que lo obligaba a entrenar con un casco, una recuperación que fue más rápida de lo que se esperaba… Lo explica Luli: “El amor que le tengo a la pelota, a jugar al fútbol, hizo que nunca dejara de tener un objetivo”.

 

Aued entrenó y compitió durante los últimos seis meses de 2021 con dolores en el pecho, en la espalda y con una sensación de ahogo. “Una molestia fuerte fuerte”, precisa. Los atribuía a la vuelta de una inactividad tras una lesión en el quinto metatarsiano. Cuando hacía doble turno en su casa, al trotar en la cinta, su esposa le advertía que la nariz le sangraba. El mediocampista aguantó esas sensaciones: en su horizonte, en su cabeza, sólo estaba el tetracampeonato con la Católica. “Arriesgué. Por querer estar y por el compromiso de ayudar al equipo puse en riesgo mi vida. Tenía tapado casi un 90% de la arteria del corazón. Cuando llegamos a principio de año, además de los de rutina, los médicos me indicaron un estudio específico de las arterias. Y a los dos días me llamaron para decirme que tenía que parar, que era un milagro que no me hubiera infartado”, explica el zurdo de 35 años.

 

Esta es, entonces, la historia de superación de Aued. Un final feliz. Pero es también un capítulo más de un tema que en los últimos años empieza a abrirse paso en el deporte de alto rendimiento tras décadas de silencio: la salud de los protagonistas. Los límites, los cuidados. Y una pregunta: ¿hasta dónde? “Lo cuento –dice el futbolista surgido de Gimnasia La Plata– porque es algo que le puede pasar a cualquiera. Y también porque aunque seas deportista no estás exento de tener una enfermedad, para concientizar de que hay que darles bola a esos avisos, hablarlo, ponerse en manos de los profesionales”.

–¿Cómo fue el momento en que te enteraste?

–Nunca querés recibir una noticia así, pero por suerte la gente que tuve alrededor ayudó, fue un poco más ameno ese rejunte de malas sensaciones. Me citó el Tati Buljubasich (argentino, director deportivo de Universidad Católica) y me dijo que tenía que hablar con los médicos. Tengo una muy buena relación con él desde que llegué al club, ya pasamos cinco años juntos. Tati estaba pálido, sabía la noticia. Cuando corté con el médico me largué a llorar. Lo que me decían al principio era que no iba a volver a jugar. Pero no con el sentido de cortarme la carrera, sino para que fuese consciente de que estaba en riesgo mi vida. Fue un golpe duro. Él me dio un abrazo, se lanzó a hablar, me contó que pasó por una situación muy parecida, con una noticia muy dura por un tumor en la cabeza. Que le habían dicho lo mismo, que corría riesgo su vida, pero que a los 6 meses lo había podido vencer. Que lo tome con calma, que piense en mi familia. Cosas personales, humanas, afectivas.

–Te tocó en un contexto en que las noticias eran que se retiraba Agüero, que Eriksen sufrió un paro cardíaco en un partido de Eurocopa, entre otros casos de deportistas afectados. ¿Cómo hacías para no hacerte la cabeza con esas cosas?

–La verdad que no ayudaba en nada eso. Lo mío no era parecido a lo de ellos, fue un problema más cotidiano, de gente grande. El colesterol había dañado una de las arterias, estaba achatada y no llegaba bien la sangre a la arteria principal del corazón. Ese era mi problema. Deportista, 35 años, recontra sano. A los médicos les parecía raro. Todos los exámenes de laboratorio me salían bien. Fue duro, porque esas noticias me golpeaban. Se había instalado que a los jugadores les agarraba el corazón, por la vacuna, por el covid, cualquier cosa. Acá tenía al mejor especialista del país, Fernando Yañez, que me guio muy bien. Estoy muy agradecido.

–¿Por qué arriesgar tanto para competir? ¿Tiene que ver con la formación, con la exigencia?

–Me parece que es algo que tiene que ver con mi forma de ser. Si repaso mi historia con el fútbol, siempre fui de llevar todo al límite. Fracturas en el dedo, en el pie. Yo era chico y tenía una fractura en el astrágalo y seguía jugando. Si me puedo bancar el dolor, quiero ayudar. En Gimnasia, ya en Primera, me acuerdo de que en la segunda Promoción, la de 2010, me infiltré un mes seguido y al final me fracturé el tobillo contra Atlético de Rafaela. Dos clavos me pusieron. Acá, en Católica, jugué con doble fractura de tabique. Yo lo siento así. Asumo una responsabilidad, como me pasó en los clubes donde estuve: te depositan confianza y vos la querés devolver. Es un error, eh. No lo digo como algo bueno. Pude haber tenido un infarto, un preinfarto, que esos eran daños irreparables. Creo que ya aprendí un poco la lección. Si yo me iba a otro club y me hacían los estudios clásicos, de siempre, me iban a dar bien. Y si estaba en mis primeras semanas de entrenamiento no iba a decir: “Che, siento un ahogo”. No sé si me explico… Y quizá me iba a terminar costando muy caro. Entonces, me parece que es importante concientizar.

–¿Qué te cambió en estos seis meses?

–Creo que aproveché para salir del fútbol, de competir, de mirar cada partido, de pensar qué le faltaba al equipo. Siempre fui así. Y ahora por recomendación de un amigo opté por estudiar. Hice la diplomatura de Director Deportivo que brinda Futbolistas Argentinos Agremiados, también el curso de Literatura y Deporte que da Ariel Scher. Me liberó un poco, focalicé en otro lado, ocupé el tiempo y aprendí a futuro. Me ayudó muchísimo. Creo que de alguna manera me empecé a formar, además de salir del ambiente por un ratito. Ya tengo hecho el curso de técnico, que hice con Diego (Milito) cuando estaba en Racing. No sé si me veo en ese puesto, pero es una herramienta más que estoy preparando. Invito a cualquiera que tenga ganas de formarse en cosas así porque te abre mucho la cabeza. Acá en Católica tenemos un buen modelo, funciona muy bien. Acompañaron los resultados los últimos años, pero lo bueno fue que los primeros años no había ido bien pero lo sostuvieron. Y se volvió el proyecto más ganador del club en su historia.

–Es, además, el club del presidente, que te felicitó en tu vuelta a través de las redes. ¿Tuviste trato con él?

–Es el club del cual es hincha, siempre ha sido muy cercano al club. Cuando hice la publicación de que por fin volvía él tuvo la gentileza de firmarme. Fue un estallido. Me tomé el atrevimiento de conseguir el contacto de gente allegada a él para agradecerle por el mensaje, hacerle saber que estaba muy contento por el apoyo. Intercambiamos algunos mensajes. No todos los días tenés la posibilidad de charlar con un presidente, es de las cosas gratas que te sorprenden del fútbol.

–Te tocó un momento movido de Chile. Sos un futbolista al que lo atraviesan los contextos sociales. ¿Cómo se vive?

–Fue todo una revolución desde 2019, cuando empezaron las manifestaciones y las protestas. Uno trata de mirar y comprender las situaciones. Creo que todo eso dio sus frutos, son momentos de cambios de un país. Uno los transcurre en el día a día y no tengo dudas de que son cambios para bien. Yo me crie en la clase media de antes, clase media baja. Acá es la mayoría del país así. Creo que está bueno que haya más oportunidades, más derechos para todos. La gente votó por un cambio después de muchos años de gobierno de derecha. Ojalá le vaya bien porque le va a hacer muy bien a gran parte de la sociedad chilena.

–Aunque sos una persona pública no escondés tus intereses políticos. En Instagram, tu foto de perfil es junto a una imagen del Che Guevara. Llama la atención.

–Cuando estoy dando notas con la ropa del club, dentro del club, trato de no responder ninguna pregunta de política o cosas ajenas a la vida del club. No me parece bien hacerlo como parte del club. Pero acá en mi casa tengo mis valores, mis pensamientos, tiene que ver con cómo uno se crió y cómo viven los que lo rodean. Mi familia son todos trabajadores, me crie con la cultura del trabajo. El Che me gusta, he ido a Cuba. Me parece un personaje icónico y que representa mucho. A alguno no le gustará y a otros les parecerá bien. Pero es personal, no tengo problemas ni por qué ocultarlo.

–En 15 años de carrera jugaste sólo en tres clubes: Gimnasia, Racing y Católica. Los tres con los mismos colores. ¿Es casualidad?

–La verdad que sí, pero también debe haber algo. Aparece la posibilidad de salir de un club, de ir a otro lado. Pero es lo que decía del compromiso. Es un caso atípico de jugar sólo en tres clubes, pero creo que tiene que ver con involucrarse con el proyecto, de dar siempre un poquito más para que cuando te vayas quede ese legado. Acá tenemos cuatro campeonatos de torneos largos, es algo que no sucedió nunca en el fútbol chileno. Estas ganas de ganar creo que se me despertaron en Racing. De chico siempre querés salir campeón y eso. Pero cuando llegué a Primera me tocaba pelear por no descender, ésa era mi realidad. No veía otra cosa. Lo cuento siempre: cuando me tocó ir a Racing me costó mucho, por el club, por la exigencia. No estaba preparado. Te agarra un poco de miedo escénico: me exigen y no sé si estoy preparado. En 2014 logramos salir campeones, fue mi primer título. Y el Chino Saja y Diego (Milito) me decían: vas a ver que ganar es como una droga, cuando ganás, querés estar siempre ahí. Creo que ese fue el motor. Soy de insistir, de exigir, de ser pesado en los entrenamientos, en no dejar pasar situaciones que están mal porque la cosa viene bien. Esos detalles hacen que te acerques a lo que vos querés, que el club sea serio y competitivo, que al final del año la cosa salga más o menos como te lo propusiste al principio.

 

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–Vos te definís como un “jugador normal”. En tus redes los hinchas de Racing y Gimnasia te piden que vuelvas y los de Católica te agradecen por estar. ¿Cómo logra un jugador normal dejar un legado?

–No es una falsa modestia. La mayoría de los jugadores somos normalitos. Algunos la pasan mejor, otros le pegan bien a la pelota, otros tienen mayor condición física, algunos saben leer el juego. Pero en la media tenemos todos más o menos las mismas condiciones. Después lo distinto pasa por lo personal: ser serio, trabajar, que no te dé lo mismo, no marearte, no creerte que te ganaste un lugar. Es la realidad. Creo que por eso a la larga te terminan valorando, no porque hagas algo extraordinario sino porque te vas mimetizando con el sentir del club, ayudando a que crezca. Son pequeñas cosas que terminan haciendo una gran diferencia.

–”No hay nada más lindo que jugar a la pelota”, dijiste al volver. ¿Por qué te gusta tanto el fútbol?

–Es lo que amo, lo que me apasiona. Desde los tres años juego. Es mi vida. No imagino nada alejado de esto. Con todo esto que me pasó, sumado a que ya queda menos recorrido, te vas apasionando más. No hay nada que te dé la sensación que te da jugar al fútbol, no se puede comparar esa adrenalina, lo que sentís ahí adentro. Es algo único. No estoy preparado para que se termine, pero sé que no va a quedar mucho. Quiero tener la tranquilidad de que di todo.

Tres nombres en su carrera
–De Paul, Lautaro, Acuña, Musso. Coincidiste en sus inicios. ¿Ya se veía que iban a ser jugadores de una Selección que iba a hacer historia?

–La verdad que no. Lauti, Rodrigo, Juancito tenían un potencial tremendo. Pero no sabías cuál era su techo. Pero son chicos con buena cabeza, con buena formación. Compitieron y llegaron al lugar que tienen hoy, recontramerecido, porque lo buscaron, trabajaron. Son de buena madera, eso te pone feliz. El Huevo, ni hablar. Trabajan mucho para que les suceda las cosas, creo que es un buen ejemplo para los más chicos, en Racing me parece que les hace muy bien a los que vienen atrás. A mi me emociona cuando los veo jugar. Les escribo a veces y veo que son los mismos chicos, que te responden con alegría porque sabés que se los deseás de corazón. Verlos crecer te emociona. Ojalá nos hagan felices en Qatar.

–Al Cholo Simeone lo tuviste en Racing, en sus inicios. ¿A él sí se le veía un futuro de elite?

El Cholo, sí. Por la carrera que había tenido, pero también por la forma de sentir el fútbol. Él dio la aprobación para que yo llegase al club. Yo no estaba preparado. Los entrenamientos eran extraordinarios, una metodología de trabajo espectacular. Llegaba al entrenamiento y teníamos pegado en el vestuario cómo iba a ser el entrenamiento, cuánto iba a durar, qué íbamos a focalizar. Eran 55 minutos que no te podías distraer, con una exigencia y un estrés del bueno para que saliera todo perfecto. Fue una experiencia tremenda, te dabas cuenta de que estaba preparado para ser top, por cómo lo vivía y cómo lo transmitía.

Luciano Aued con la casaca de Gimnasia de La Plata
Luciano Aued con la casaca de Gimnasia de La Plata
–Ariel Holan es un hombre vinculado a Independiente, con el que hicieron historia en Católica. Y ahora volvió.

–Fue una sorpresa de las buenas que me dio el fútbol, por la metodología de trabajo y la forma en que quiere jugar al fútbol. En 2020 nos llenó de herramientas, eso está buenísimo. Te da conceptos para que después dentro de una cancha resuelvas. Acá le fue muy bien, ahora estamos en proceso de volver a encontrar el fútbol que quiere él. Es de los mejores técnicos que he tenido en cuanto a lo que quiere y cómo trabaja. Ayuda al futbolista a pensar y a resolver situaciones dentro de la cancha, que eso no te suele pasar en el fútbol.

 

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Nicolás Zuberman para Lanacion.com

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